Preparando la II EDICIÓN
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Dos veladas, tres encuentros: el espacio íntimo de la lectura se transformaba en una experiencia compartida entre autoras/es de obras literarias y artistas que trajeron a Madrid, desde Zaragoza, Valencia y Barcelona, tres piezas musicales y visuales creadas exclusivamente para cada historia a través de una mediación y un proceso de cocreación.
La selección de títulos que se presentaron a esta primera edición de veladas literarias surge del festival Adapta Book Madrid.
Ahora llegan a Feel The Book con el propósito de generar nuevas experiencias de lectura en el Ámbito Cultural de El Corte Ingles de Callao (cuarta planta).
VUELVE A VER CADA VELADA
SOLO QUEDA EL VERANO
LEO Y ROBERT: ANTES DE TIEMPO
DAMA DE PUEBLO
JUEVES 16 DE MAYO, 19.30H.
El autor.
Alex Ygoa es un multipremiado guionista y cineasta con dos novelas publicadas: la comedia erótico-gamberra ‘Gatillazos, amor y otros fracasos sexuales’ y la comedia poli-romántica ‘Solo queda el verano’, que ya va por su segunda edición. Entre otros premios y selecciones nacionales e internacionales, fue finalista del concurso de Netflix ‘Desde otro prisma’ en 2022 y ganador del Hack del Festival de Málaga en 2023.
La editorial.
Editorial Egales.
SOLO QUEDA EL VERANO
II EDICIÓN #ABM
Alex es un adolescente normal que pasa desapercibido, nadie se fija en él; Jake es el ‘bala perdida’ oficial del instituto y todo el mundo le evita y Kevin es el chico y atleta más popular de clase y es intocable. Por casualidades de la vida se conocen en el instituto, y empiezan a forjar una improbable pero profunda amistad que, aunque todo su entorno se oponga, tendrán una intensa relación de poliamor que les marcará para toda la vida.
Algunos fragmentos:
Localizo a mis amigos, Sean y Mia, que no sé por qué han decidió sentarse a tomar por culo de la puerta y al sol, cuando todo el mundo aprovecha la sombra de los árboles de cerca de la entrada. Pero al segundo paso se me cruza el grupo de los que solo juegan al fútbol, rodeando en plan séquito a las estrellas del instituto: Carol Sánchez y Kevin Gardner. La pareja de moda y perfecto modelo para todos los que estamos aquí. Ella, una estudiante sobresaliente, tiradora de arco, líder de las chicas guays y Miss Joven Promesa Latina por quinto año, y él, otro buen estudiante y mejor deportista; un chico alto, guapo, con el afro perfecto y una sonrisa capaz de vender hasta un trozo de pizza mordisqueado con una ETS y que encima le den las gracias. Son el orgullo del instituto. Pero son intocables. Solo su círculo cercano ha hablado con ellos. El resto de los mortales solo les hemos visto la cara entre las cabezas de su séquito. El mejor amigo de Kevin, Murphy Somerset, es casi su relaciones públicas. Es el típico chaval popular que, si no fuera por lo buen deportista que es, no llegaría a nada. Mucha gente piensa que le falta un trozo del cerebro. Justo el que nos distingue de los monos. Durante un momento me da la impresión de que Kevin, al pasar, me ha dirigido una mirada que ha durado una millonésima de segundo, pero caigo en que ha sido una jugada de mi subconsciente y mis ganas de ser como él. Después de presenciar este tráiler de lo que jamás seré en la vida, sigo con mi caminata hacia Mia y Sean, que ya me saludan insistentes para meterme prisa. Pero suena la campana, lo que me ahorra andar hasta el quinto coño y volver. Menos mal. Solo me queda cerrar los ojos y aguantar la respiración hasta el final del dí… Alguien me da un buen empujón con el hombro. Pierdo el equilibrio y caigo al suelo. —¡Ten cuidado, gilipollas! 2 Ah, sí. Se me olvidaba. Al margen de cualquier tribu urbana adolescente que tenemos aquí en Residencial, está él. El puto Jake Bash. Si hay alguien en Residencial Coñazo a quien hay que evitar, es Jake Bash. Nuestro bala perdida. Da igual, ya me levanto yo solo, gracias. Jake Bash es el típico estudiante problemático que no cae bien a los profesores. El típico del que tu madre dice que no te juntes con él. El típico que arma broncas y el típico chico del que todo el mundo opina que acabará en la cárcel. Hay todo tipo de leyendas alrededor de Jake Bash: dicen que su hermano mayor y su padre son traficantes. Que tienen en el sótano un burdel o una sala de juegos adonde va la chusma más acabada del barrio. Que tienen deudas con la mafia o que forman parte de la mafia. Que organizan peleas de perros. Que su madre está descuartizada y repartida por el jardín. Y la que más gracia me hace, que su padre es una célula terrorista en hibernación. En fin, si algo de eso fuera verdad, tenemos el cuerpo de policía más inútil de todo el país. Creo que directamente nadie se ha sentado a preguntarle. «Eh, Jake, ¿cómo te va?», a lo que él probablemente contestaría «Muérete» seguido de una rotura de nariz gratis.
Después de la última clase me siento algo aliviado. Puedo volver a la seguridad de mi casa y dejar de vigilarme las espaldas por si aparece Jake Bash con un cuchillo jamonero. Me despido de mis amigos y me siento en las escaleras de la entrada a esperar a mi padre. Todo el mundo se va. Me quedo solo, como siempre. Saco mi revista de cine de la mochila. De repente recibo un WhatsApp. «Reunión sorpresa. ¿Tienes autobús? Lo siento». Es de mi padre. Pocas veces tiene que quedarse después de que yo salga de clase, pero cuando pasa tengo dos opciones: o cogerme un autobús o andar treinta y cinco minutos. Me levanto sin ganas, cojo la mochila y me dirijo hacia la parad… —Eh. —¡Joder! —suelto sobresaltado. —Tranqui, tío — Es Jake Bash, que aparece de la nada como un buen asesino. Ya está, voy a morir aquí mismo. No hay testigos ni creo que cámaras. En las noticias saldrá mi foto y le pondrán mi nombre al gimnasio. ¡Mierda! ¿Por qué? Soy superjoven para mor… —¿Qué haces? —me pregunta. —Voy…, voy… a mi casa. —Estoy acojonado. —¿Te piras? —Eh…, sí. Voy… al bus —Nota mental: tengo que comprarme un espray de pimienta. —No te rayes, te llevo. ¿Cómo? ¿Acaba de decir que me lleva? ¿A casa? Eh…, ¿qué está pasando? Me va a dejar en un descampado. «Dile que no, dile que no». —Vale —contesto. Joder, mi boca no hace ni puñetero caso a mi cabeza—. Gra… gracias… —No he traído el puto coche, ¿vale? El cabrón de mi padre me lo ha cogido sin permiso. —Ah, vale, no pasa nada. Me voy por mi cuenta, entonces. —No seas capullo, tío. Te he dicho que te llevo. Tengo la bici aquí. —Vale, vale. —¿Jake Bash me acaba de llamar capullo? —Sube. Me monto en el sillín torpemente. Jake me mira como si yo tuviera un problema en la cabeza. Lo consigo. —¿Ya? —me pregunta. —Sí, sí, sí. —Sigo nervioso. Jake se pone a pedalear de pie. Salimos del parking en completo silencio. Qué tensión. Ninguno dice nada. Como sea así todo este rato, va a ser un viaje muy incómodo. Pero pasan unos segundos que se me hacen eternos y, como no lo puedo soportar, me obligo a decir algo. —Vives hacia el otro lado, ¿no? —pregunto, aunque lo sé de sobra. —Sí. —Ah, vale. —Bien hecho, Alex, la conversación más larga de la historia. Hay una parte en Residencial Coñazo que es, digamos, no apta para andar de noche. Bueno, ni de día. Eso sí, si quieres que te roben hasta la ropa interior, es el sitio perfecto. Dicen que quien entra no sale y que ahí no brilla el sol. Volvemos a estar en silencio. —Soy Jake. —Sí, sé… quién eres. —Ah, ¿sí? —Noto un ligero tono defensivo. —Me… refiero. Todo el mundo sabe… quién eres. —Todo el mundo, ¿quién? —Más agresivo aún. —O sea, todos sabemos quiénes somos todos ¿no? —Yo no sé quién eres. —Ah. Me llamo Alex. —Guay. —Respiro de alivio. Callados de nuevo. Me fijo en su espalda. Ancha y musculosa. Claramente, está más fuerte que cualquier chico de nuestra edad. Y tiene unas piernas que son la envidia de mis gemelos. Nota mental: tengo que hacer más sentadillas. —¿Por aquí? —me pregunta, aunque ya sabe por dónde ir. —Eh… Sí, sí. No hay nadie por las calles de Residencial. Nos cruzamos con un par de coches, pero nada más. Parece que todo el mundo está en casa o aún en el trabajo.
Ningún profesor me dice absolutamente nada hasta el mismo miércoles por la mañana. —Alex, ¿a las cuatro podrías esperar en el gimnasio? —me pregunta mi tutora. —Sí, claro. Ningún problema. —De repente ya no es tan marrón para mí. Llegan las cuatro y todo el mundo se va a casa. Me dirijo inmediatamente al gimnasio. Quiero ser el primero en llegar. Viéndolo vacío me doy cuenta de lo grande que es. Me siento en las gradas y abro Instagram. Foto de un tiburón ballena. Like. Foto del Everest. Like. Foto de un chico cocinando sin camiseta. Like. Foto de otra berenjena. Like. Pasan diez minutos y ahí no entra nadie. ¿Se habrán olvidado de mí? Pasan otros cinco minutos y, algo molesto, cojo la mochila para irme, pero justo entonces se abre de golpe la puerta doble y Kevin Gardner entra en el gimnasio. —Lo siento, tío. Perdona. Estaba acabando una movida; así no tengo que hacerla en casa, ya sabes. Luego he pasado por el baño a echar la meada más larga de mi vida y al salir me he encontrado con el entrenador. Y claro, nos hemos puesto a hablar. Pero ya estoy aquí. Soy todo tuyo. ¿Qué tal? Me llamo Kevin. Kevin Gardner se sienta a mi lado y extiende la mano. Durante todo este discurso sin pausas solo me ha dado tiempo a mirarlo con la boca abierta. De toda la gente que hay estudiando aquí ¿me han asignado al puto Kevin Gardner? ¿Tengo que dar clases a la estrella del instituto? —Eh…, eh…, sí, ya sé quién eres —balbuceo mientras le doy la mano. Estoy teniendo un déjà vu. —Ah, bueno, claro que me conoces. Y tú eres… —So…, soy Alex. Me llamo Alex. —Alex, ¿qué más? —Alex Brown. —Muy bien, Alex Brown, supongo que te habrán contado. —Contado, ¿el qué? —Al parecer no estoy dando el cien por cien en todas las asignaturas, así que se quieren asegurar de que saco buenas notas para que el mejor atleta que hay aquí no sea un inútil. Algo que no entiendo, sabiendo que me voy a dedicar al deporte. —Ya… Creo que es complementario. —Exacto. Por eso estás aquí. ¿Por dónde empezamos? ¿Mates? —¡A Kevin Gardner! ¡Aaaaaah! —Mia grita como nunca ha gritado en su vida—. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —Venga ya. Ni que fueras tú la que le da clase —dice Sean. —¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! —exclama Mia. —Y luego me acercó a casa en su coche —sigo contando—. Bueno, coche. En su pedazo de tanque que consumirá lo mismo que una ciudad africana pequeña. —¡Que queeé! —grita Mia—. ¿En su coche? ¿Y a qué huele su coche? ¿Y a qué huele él? ¿Le diste la mano? ¡No te la laves nunca! —Mia hace que me descojone vivo. A Sean no le hace gracia. —Tranquila, tía, que solo es un chico más —le digo. —¡No es un chico más! ¡Es Kevin Gardner! —Pues Kevin Gardner no sabe mucho de matemáticas. —Ves, nadie es perfecto —añade Sean. —¿Puedo ir a tu siguiente clase? Yo también voy mal en mates. —No creo que puedas. —Estaré muy calladita. Lo prometo. —¿Calladita, tú? Los tres sabemos que eso no va a pasar. —Bueno, y tu otro amiguito, ¿qué? —dice Sean para cambiar de tema. —No sé, no hemos vuelto a hablar en estos días. —Ten cuidado con él. Ya estamos. Cada vez que se menciona a Jake, alguien tiene que dar consejos de manual. Pero lejos de dejarlo pasar, pregunto: —Cuidado, ¿por qué? —No es buena gente, tío.
En los siguientes días, Jake y yo no hablamos mucho en persona, pero sí por WhatsApp. Él sigue sin ser muy hablador, pero eso me gusta. Cuando estamos en el instituto nos cuidamos más que nunca de que no nos vean juntos. Procuramos no coincidir, pero él a veces da rodeos entre clase y clase porque sabe dónde está mi taquilla y, si me ve, estira un dedo para rozarme el brazo, la espalda o la cintura y desaparecer. Por un lado sé que es una mierda andar escondiéndonos, pero por otro me gusta este juego privado que tenemos. —Qué —contesta cuando coge mi llamada. —Tengo una propuesta, pero no te va a gustar. —Empiezas bien. —¿Te apetece quedar con Kevin Gardner y conmigo el domingo? —Se hace el silencio al otro lado de la línea—. Ya sé que no lo soportas, pero quiero cambiar tu opinión sobre él. Es un tío muy majo y supongo que te gustan los videojue… —Guay. —Acepto su negativa. Me la esperaba, porque Jake se lo toma todo… ¡Ah, que ha dicho que sí! Colgamos y veo un mensaje de Sean en el grupo que tenemos Mia, él y yo. «Este domingo escalada? Hay precio especial». «Me apunto!». «Alex?». Me quedo mirando el móvil sin saber qué hacer. Estoy bloqueado. Por fin he tumbado la única pared que me separaba de mis amigos y ahora me apetece más otro plan. Pienso en decirles que tengo un asunto familiar, pero a estas alturas es absurdo mentir. «Yo no puedo, chicos». «Por?». «Tengo planes. Con Kevin». Se quedan un rato sin escribir. Hasta que Mia lanza un «Vale». Joder, ¿qué me pasa? Tengo tantos amigos que ahora necesito dividirme. Puedo suplicarle a Kevin que me deje llevar a otros dos invitados a su casa, pero no sé cuánta paciencia tiene. O eso, o es que en el fondo quiero pasar un rato a solas con Kevin y Jake. El domingo me despierto como un niño en Navidad, y después de comer voy a mi cuarto a rebuscar en el armario la ropa más guay que tengo. Salgo disparado al garaje para coger la bici de mi padre. La ha usado una vez desde que la compró y tiene las ruedas deshinchadas. Puedo coger la de mi madre, pero tiene una cestita delante. Importante decisión, Alex, ¿qué es más cool? ¿Que tu padre te acerque a la mansión de tu nuevo amigo superpopular o aparecer en bicicleta? Obviamente lo segundo, a pesar de la cestita. Llego el primero a casa de Kevin y llamo a la puerta. —¡Alex Brown! ¿Preparado para la paliza que te vas a llevar? Otra vez. —Sí, claro, a eso vengo. —¿Y tu otro amigo? —Estará al… —Oigo acercarse un coche. Miro a la calle y veo a Jake aparcar en la acera. Seguro que ha estado esperando a que apareciera yo. —¿Quién es tu amigo? —pregunta Kevin, un poco serio. —Se llama Jake… Jake Bash —digo en bajito. —¿Eres amigo de Jake Bash? —Kevin flipa. —Desde hace poco. Jake sube hasta la entrada de la casa, y Kevin y él se marcan un duelo de miradas en silencio. —Jake, Kevin. Kevin, Jake. Ya sabéis quiénes sois; no sé por qué digo nada. —Tú le cruzaste la cara a Murph hace dos años, ¿no? —pregunta Kevin. —Sí, seguramente —contesta Jake marcando territorio. Jake se ganó cinco días de expulsión por pegar a Murphy Somerset. Fue el cotilleo de la semana. Y creo recordar que se lo merecía. Kevin y Jake se quedan callados mientras siguen con su duelo de miradas. —¡Genial!
—¡Ya estamos! —grita Kevin. Jake se estira y respira hondo. Kevin aparca en la entrada. Nos bajamos del coche y cogemos las mochilas y nuestras provisiones nada sanas y, en cuanto entramos, Kevin sale disparado a la planta de arriba. —¡Me pido la habitación grande! Jake y yo nos miramos decepcionados por nuestra lentitud. —No creo que las demás sean una mierda—le digo a Jake. Pero ahora él solo mira al frente. Empieza a caminar hacia el amplio salón, observando las vistas que enmarca un gran ventanal. El océano. Lo observa en silencio y yo lo acompaño. Hace mucho que no veo el mar. Hace mucho que no me quedo en blanco. Estamos callados. Jake observa las vistas; yo lo observo a él. Tal como mira, ¿es posible que esté viendo el mar por primera vez? De repente, Kevin sale disparado por la puerta corredera del ventanal, en dirección a la playa. Ya se ha puesto el bañador y nos lanza dos toallas. —¡Venga! ¡¿Qué hacéis ahí?! Jake y yo salimos de nuestro bloqueo y, cuando reaccionamos, lo seguimos. Pisamos la arena, nos descalzamos y nos quitamos la camiseta. Es una playa gigante y no hay prácticamente nadie. Tan solo veo lo que supongo que es un pescador, en forma de puntito negro en un extremo. Entre el principio de la playa y el mar cabría un aeropuerto, y la costa es tan extensa que se pierde en el horizonte. — ¡Vamos! ¡Que os quedáis atrás! —Nos grita Kevin. Jake corre más que yo, así que me adelanta, pero me empeño en alcanzarlo. Me fijo en que sonríe y eso me hace sentir bien. A lo lejos, Kevin se lanza contra una ola sin pensárselo. Jake y yo llegamos al agua. Él se tira de cabeza, pero yo paro en seco en la orilla. Es lo que hacía cuando era niño antes de zambullirme. Kevin y Jake me gritan para animarme. Respiro hondo y me meto de lleno. Siento el agua fría rodear todo mi cuerpo y, a pesar de ella, me doy cuenta de que echaba de menos esta sensación. Los tres jugamos a un improvisado concurso de aguadillas en el que ninguno gana o pierde. Después de un rato, agotados, salimos a secarnos al sol. Me da igual haberme bañado con mis vaqueros. Extendemos las toallas y nos tumbamos. Kevin está en medio de los tres y sin querer su pie toca el mío. Mi primer impulso es quitarlo pero lo dejo ahí y Kevin hace lo mismo. Los tres respiramos agitadamente, recuperando el pulso mientras soltamos risas espontáneas. El sol no quema demasiado; pienso que es la playa perfecta y que quiero quedarme aquí. —He podido con los dos —dice Kevin para picarnos. —Has hecho trampas —respondo. —¿Qué dices Brown? Tienes mal perder. —Cállate capullo —dice Jake. Kevin y yo nos miramos riéndonos y vamos a por él. Tras acabar cubiertos de arena, nos tiramos al suelo más agotados aún. —Tíos. Me alegro de que hayáis podido venir —dice Kevin. La frase queda en el aire. Ni Jake ni yo sabemos qué decir. Solo sonreímos pero estoy seguro de que los dos sentimos lo mismo. Nos damos otro baño para quitarnos la arena y cuando acabamos de secarnos, volvemos a la casa. Nos tumbamos en el gran sofá en forma de ele que ocupa el salón. Cabemos perfectamente los tres y nos sobra sofá. —Me muero de hambre —comenta Jake. —Me gusta como piensas —dice Kevin. Él se incorpora y cruza los dos puños cerrados. — ¿Qué elegís? —¿Qué opciones hay?
Cuando acabo, vuelvo al salón y veo que Jake y él se han quedado dormidos. Me fascina la capacidad que tiene Jake de dormirse como una marmota en todo momento. Bajo el volúmen de la tele y me quedo embobado mirándolos. Cuando despiertan volvemos a la playa. Aún quedan unas pocas horas de luz, pero ahora hace un poco más de frío. Los tres nos sentamos en nuestra toalla a mirar el mar. —¿En qué pensáis? —pregunta Jake, para mí sorpresa. Nos quedamos callados un segundo, como asimilando la pregunta. No sé si mentir o ser sincero. —En que ojalá viviera aquí y siempre fuese verano —No, no he mentido. —Ya somos dos —dice Kevin. —Sois unos putos moñas —añade Jake, lo que nos provoca una carcajada contagiosa a Kevin y a mí. —No sé vosotros, pero yo voy al agua —dice Kevin, levantándose. —Pero si ya hace frío —protesto. —¿Sí? Me encanta el agua fría. Kevin anda cinco pasos y se para, de espaldas a nosotros. De repente se quita el bañador y corre hacia el agua. Eh… ¿Qué acaba de pasar? Me quedo bloqueado y no sé reaccionar. Miro a Jake incómodo, pero Jake solo mira a Kevin. Quiero decir algo, pero no me sale la voz. Y entonces Jake se levanta. Espera un segundo. Y también se quita el bañador. ¡Pero…! ¿Qué está pasando? ¿Desde cuándo somos nudistas? ¿Qué hago? ¿Me quedo aquí? Sí, sí, sí alguien tiene que mantener la decencia y cuidar la ropa de los demás. Kevin y Jake se meten en el agua como si nada y me miran de lejos. Esperándome. ¡Joder, Alex! ¿Qué coño haces? ¡Muévete! Y entonces me levanto. Me quito la ropa y voy hacia ellos. Kevin y Jake nadan tranquilamente. Yo meto todo el cuerpo y me quedo bajo el agua con los ojos cerrados, hecho una bola. Para mí es totalmente nuevo estar sin ropa delante de otras personas. Nunca jamás me he quedado desnudo en compañía. No sé ni qué estoy haciendo, ni qué hacer, ni qué haría una persona sin complejo de inexperta, ni qué haría alguien que supiera lo que siente, ni qué haría un heterosexual, ni qué haría alguien que… Noto que unos hombros se cuelan entre mis piernas y me sacan del agua. Estoy subido sobre Jake. Kevin se acerca e intenta tirarme al agua. Jake solo mantiene el equilibrio y a mí me entra la risa floja. Caigo. Toco el fondo arenoso con las manos y me impulso para salir. Salgo, respiro y sigo riéndome, y entonces veo a Kevin acercarse a Jake. Y besarlo. Se me corta la risa, pero sonrío y no me molesta, más bien al contrario. Mis amigos se besan lentamente durante unos segundos y luego se separan. Como si se hubiesen dicho algo en lo que están de acuerdo. Kevin me coge de la mano, tira de mí y me besa también. Y lo noto todo. Kevin besa como si supiera lo que hace y lo que va hacer el resto de su vida. Besa sin miedo. Estoy tranquilo. Kevin termina el beso con una mirada. Jake se acerca y lo beso también. Lo beso. Yo. Mi primer beso real por iniciativa propia. Jake se separa y me mira como si por primera vez en años no le juzgaran; que de repente le da igual lo que nadie piense de él. Y vuelve a besarme. Kevin se acerca y nos besa. Jake me besa el cuello y un escalofrío mezclado con cosquillas me recorre el cuerpo. Los dos saben a sal. Entonces, una ola nos hace perder el equilibrio y nos hundimos en el agua sin soltarnos.
Odio las resacas. Las odio a muerte. No me gusta la fiesta. El día de la fiesta, sí, claro, lo doy todo. Al día siguiente, me arrepiento. No sé ni cómo me las arreglo para llegar vivo a mi cuarto. No sabía que la experiencia universitaria fuese así. Así de dura, quiero decir. Mantener el equilibrio entre mis vidas profesional, social y sexual es un trabajo que debería estar remunerado. Aunque pensándolo bien, me pagarían por tener sexo y eso no está bien visto. Yo pensaba que la cosa iba a ser algo más parecido a: ir a clase, estudiar, hacer exámenes, ir de vez en cuando a alguna fiesta, graduarme y fin. Pero no. Más bien se parece a: ir a clase, intentar enterarme de lo que pueda, estudiar infinitas horas, comer mal, hacer poco deporte, ir a todas las fiestas posibles, conocer al máximo número de gente, tener controlados Instagram, Grindr, Tinder y WhatsApp, ligar (o no), dormir cuatro horas diarias, despertarme tarde y con resaca, estudiar algo, hacer exámenes y trabajos, ir a clase, intentar no vomitar en clase, salir de fiesta, emborracharme, aprobarlo todo, graduarme y fin. Es agotador estar en la veintena. Me dio por las matemáticas. Se me da bien, aunque es bastante exigente. Pero estoy en el último curso y aún no sé por qué elegí esto. Estudio en Chicago. Me encanta esta ciudad. Bueno, me encantan las ciudades grandes. En realidad, me encanta todo lo que no se parezca al sitio donde crecí. Aquí hay gente de todo tipo, y una de las cosas que me prometí cuando me largué de Residencial fue que no iba a estar dentro del armario. El armario y las etiquetas son para la ropa, y yo no tengo pinta de jersey. Soy, creo que soy, ¿popular? En la universidad también se lleva eso, y como en el instituto no lo fui, estoy como recuperando el tiempo perdido. Ser un cerebrito no está reñido con ser conocido, y me gusta esto de ser uno de los chicos guays. Mi Instagram ya no es anónimo, enseño mi cara en mi perfil de Grindr y me da igual lo que piense la gente sobre mí. Aquí puedo ser yo. Algo que creo que es mi mejor virtud y llama la atención. Y si no, que le pregunten a Eric, o a Thomas, o a Carl, o a Ben, Hayden, Yuri, Zack, Arthur, Nathan, Nick, Jack, William, Jacob, Ralph, Oliver… A Pablo, que hablaba muy bien inglés. A Tiago, de Brasil, que no hablaba nada de inglés, aunque no nos dedicamos a hacer conversación precisamente. A Akihiro, que vino de intercambio unos meses, o a Paul, que tenía mujer e hijos. Tener veintidós años es agotador. Me despierto una vez más sin saber ni dónde estoy ni en qué año vivo. Veo mi dormitorio y pienso: «Vale, no me han secuestrado. Vamos bien». Estiro el brazo e intento coger el móvil. Lo miro. Es sábado. Treinta y cuatro mensajes del grupo de estudio, cuatro emails y veintisiete mensajes en Grindr. Ninguna emergencia mientras estaba inconsciente. Dejo el teléfono y vuelvo a dormirme. Hoy me lo voy a tomar con tranquilidad. No pienso hacer nada. No tengo nada que… ¡Mierda, es sábado! —¡Joder! —grito, y me incorporo de golpe. —¿Qué pasa? —oigo a mi derecha. —¡Ah! —Me asusto. Hay un tío desnudo en mi cama. ¿Lo he secuestrado yo? —Alex, cálmate. Es sábado. Ah sí, me traje a un tal Patrick. Un chico rubio y delgado. No es para nada mi tipo, pero en fin
Acompañado por
SANTIAGO HUARTE
ARTISTA MUSICAL
BARCELONA
Estudió composición musical y piano en la UNC (Argentina) y Máster en Patrimonio Cultural en la Universidad de Huelva. Su actividad creadora se basa principalmente en composiciones para piano y pequeñas formaciones instrumentales, explorando en su discurso las posibilidades sonoras del lenguaje contemporáneo. En el año 2019 estrenó su trabajo «Estudios para piano». En 2022 compuso la música original del largometraje «Moto», presentado en el Festival de Cine de Málaga el mismo año. En 2023 realizó el Curs Internacional de Composició Barcelona Modern, estrenando su pieza «Un velo» en Conservatori Liceu. Actualmente reside en Barcelona y se desempeña como profesor de piano en Vibrant Barcelona Escola de Música.
VIERNES 17 DE MAYO, 19H
El autor.
Marcos Sánchez Bueno nació un día de otoño en Vallekas.
Su pasión por la escritura y los libros empezó muy temprano: fue ese amor por contar historias lo que lo impulsó a estudiar Comunicación Audiovisual y a especializarse en cine. Ha escrito un guion cinematográfico, titulado Los chicos no hablan de amor, además de publicar su primera novela, Nosotros bailamos sobre el infierno, en VR Editoras. Actualmente trabaja en el mundo editorial. Además de escribir, crea contenido en redes sociales y es el host de El Podcast de Taylor Swift.
La editorial.
Grupo Editorial Penguin Random House.
LEO Y ROBERT: ANTES DE TIEMPO
II EDICIÓN #ABM
La vida de Leo cambia cuando Scorpion, una de las editoriales más prestigiosas del mundo, le ofrece un puesto de trabajo. Parece que todo comienza a remontar… Sin embargo, lo último que se espera es reencontrarse allí con el chico que conoció el pasado verano y terminó desapareciendo en mitad de la noche. Porque… ¿es él, verdad?
Algunos fragmentos:
En realidad, era cierto que desde hacía unas semanas todo me había dejado de estimular de forma progresiva, como si un largo eclipse estuviera teniendo lugar en mi cabeza y me nublara la vista, el apetito y las ganas de hacer cosas. No quería pasármelo bien, no me lo permitía. Había dejado que la tristeza encontrara su sitio en algún lugar bajo mi pecho y que se extendiese poco a poco como un veneno al que me hubiera acostumbrado.
Una vez leí en algún libro que, cuando terminas una relación tóxica, tu vida cambia drásticamente, como si volvieras a ver las cosas tal y como las apreciabas antes de lanzarte a ese océano tormentoso. En mi caso no fue así. Yo seguía recordando su voz, como el murmullo de las olas, a pesar de haberme decidido a cortarlo todo de raíz. Algunas noches deseaba que me empapasen una vez más, deseaba desbloquear a Bruno en mi teléfono para que pudiera llamarme otra vez, y también dejar que sus manos tomasen mi cuerpo como él quisiera. Algunas noches… deseaba que se subiera a uno de esos autobuses verdes que pasaban por delante de su casa y se plantase bajo mi ventana, donde el neón de los escaparates iluminaría su rostro.
Y, sin embargo, cuando saludaba a mi reflejo cansado a la mañana siguiente, me agradecía a mí mismo no haberlo hecho. A veces lloraba; otras no. Era frustrante sentir que todo seguía aún en mi cabeza, demasiado reciente, como una puerta atrancada que el viento empuja y hace que chirríe. No terminaba de comprender cómo, aun sin estar juntos, Bruno parecía consumir mi energía de aquella forma.
—¿Te lo pensarás, al menos? —preguntó Ares con delicadeza.
Asentí, pero sin dejar de mirar a la pantalla.
—¿Podemos ver la película, por favor?
Él no se negó. Cogió el mando a distancia y subió un poco el volumen mientras Keira cantaba en un bar sobre cómo el cabrón de su ex le había partido el corazón sin importarle una mierda.
Unas semanas más tarde, mamá y yo fuimos a cenar por mi cumpleaños a Jardín Zhou, nuestro restaurante favorito del barrio. Conocíamos a la familia Zhou porque eran vecinos de nuestro edificio y alguna vez le había dado clases de lengua a Raven, la hija pequeña. Una vez nos hubieron acomodado y pedimos algunos platos para compartir, mamá me tendió una caja pequeña y ligera envuelta en papel de regalo brillante. La agité antes de abrirla, tratando de averiguar qué contenía, y después retiré con cuidado el envoltorio. Ese año no había querido pedir nada especial porque sabía que la floristería no estaba atravesando su mejor momento.
Al abrir la caja, me quedé sin palabras. Dentro había una resplandeciente pulsera ajustable con las palabras «Viaje a Plutón» grabadas en color naranja.
—¡Sorpresa!
—Pero… —murmuré, perplejo y sin poder articular ninguna frase—. Esto es… ¿Cómo…? Quiero decir…
—¡Ah! Te he pillado, ¿verdad? —preguntó soltando una risita—. He de confesarte que ha sido todo a última hora. Este año no tenía ni idea de qué querías por tu cumpleaños y me estaba volviendo un poco loca. Pero hace unos días, tu amigo Ares se pasó por la floristería para comprar un ramo y, hablando de unas cosas y otras, mencionó que os haría ilusión ir juntos a este festival con algunos compañeros de la universidad.
Tuve que contener una carcajada.
«Ares comprando flores. ¿En qué universo, exactamente?».
—Bueno, cielo. Dime, ¿he acertado?
Y aunque una parte de mí quería estrangular a mi mejor amigo por cómo había acabado saliéndose con la suya, mi madre, con los ojos encendidos por la emoción, esperaba una respuesta con entusiasmo al otro lado de la mesa.
Hubiera sido cruel destruir algo tan bello.
—Claro que has acertado, mamá. Te quiero mucho.
—Corta.
De nuevo, dudo si hacerlo.
—Se lo agradezco mucho, pero, con todo respeto, es que yo no creo demasiado en estas cosas, ¿sabe? Solo venía a por unos trozos de pizza.
—Bueno, si no crees en ello, ¿qué mal puede hacerte? —pregunta, mostrándome dos tacos separados—. Además, no tengo pensado pedirte nada a cambio. Simplemente estoy aburrida y me gustaría matar un poco el tiempo.
Al final termino aceptando y toco uno de los montones. Ella aparta el otro y coloca tres cartas boca abajo.
—Oh… —dice mientras levanta la primera—. Dios santo…
—¿Qué ocurre?
—No has tenido tu mejor año, ¿verdad, querido?
En algún lugar he leído que el tarot es solo un juego psicológico en el que la persona que maneja la sesión trata de leer tus expresiones y de guiarte a través de sus asunciones para intentar que, de alguna manera, conectes con sus palabras. Lo primero que pienso tras su afirmación es: «¿Qué persona que esté atravesando el mejor año de su vida acudiría a una tarotista?».
—La verdad es que no.
—Lo sé, querido, lo sé… —Señala la carta que ha levantado, que muestra una torre dibujada, y después alza otra—. Hay algo en tu vida que te impide avanzar. Varias cosas, mejor dicho.
Curioso, observo cómo continúa desvelando las demás cartas.
—Dime, ¿habéis sufrido alguna pérdida en la familia últimamente?
Mi respuesta más automática es negarlo enseguida, pero algo consigue hacer que me replantee su pregunta y cobre un nuevo significado. Pienso en papá, y también escucho un portazo, que se extiende como las ondas que provoca una roca al caer al agua.
—Más o menos —contesto—. Mi padre se marchó de casa a principios de este año, aunque no sé si eso cuenta como tal.
—Por supuesto que es una pérdida. Es algo que antes estaba ahí y ya no. Querido, esto no es una ciencia exacta, ni pretende serlo. ¡Caramba…!
Con cada nueva carta, apenas me doy cuenta de cómo mi intriga crece poco a poco, deseosa de conocer sus próximas palabras. Mi espalda se arquea para observar los diferentes símbolos que ha desvelado y, por unos minutos, me olvido de qué me había llevado a su caravana.
—Piensa que siempre habrá más oportunidades para aquello que no has podido conseguir —dice—, no debes rendirte. Y… ¡Espera un minuto! —exclama, alzando una mano como si estuviese deteniendo el mundo.
—¡¿Qué ocurre?!
La mujer de mirada oscura y labios gruesos sonríe como si acabase de descubrir algo tremendamente valioso. Estoy seguro de que puede oler mi curiosidad burbujeando. Voltea otra carta y su mirada se encuentra con la mía.
—Todo eso va a cambiar muy pronto.
Un escalofrío me acaricia la nuca y consigue ponerme los pelos de punta.
—¿A qué se refiere?
—Esta carta indica fortuna, crecimiento, oportunidad. —Cierra el puño izquierdo y posa la barbilla en él—. Quizá en tu trabajo, por ejemplo.
—Yo no tengo…
Y, antes de completar la frase, recuerdo la entrevista con Scorpion.
«De ninguna manera».
Pero un súbito golpe en la mesa me devuelve a la realidad. El gato maúlla y corre hasta que desaparece en la oscuridad. La mujer ha dado una palmada y desvelado la última carta para acercármela al rostro.
—Pero bueno, muchacho, ¡tienes que prepararte para todo esto! ¡Ya viene!
—¡¿Qué viene!?
—«Qué» no, ¡quién! —Y entonces suelta una carcajada que consigue echarla hacia atrás y que, sinceramente, me hace pensar que se le ha ido la olla—. ¡El amor!
—¿Cómo dice?
La mujer recoge la baraja con cuidado y niega lentamente con la cabeza.
—Escúchame, muchacho. Debes estar atento: vas a empezar una nueva etapa en tu vida, la más importante hasta el momento. Y, además, hay alguien que está a punto de llamar a tu puerta.
—¿Vas solo?
—Eeeh… sí —admito, un poco cohibido.
—Por seguridad, tienen que ir dos personas juntas en la cabina. Puedes ir pasando mientras te busco compañía.
La cabina no es muy grande, está pintada de color azul y cuenta con un pequeño altavoz camuflado en cada una de las esquinas del techo. Una vez dentro, apoyo un brazo en el borde del hueco de la ventanilla, por el cual entra una suave brisa que alivia el calor concentrado en el asiento de metal, y pasan varios segundos durante los que me pregunto qué diablos estoy haciendo ahí.
Entonces escucho cómo unos nudillos golpean la puerta y una voz desconocida me hace volver el rostro.
—¿Se puede?
Mis ojos se encuentran con otros más claros y amables, con una mirada que hace que se me olvide respirar durante unos segundos. Debe de ser mayor que yo, rozando la treintena, y también es más alto, por lo que tiene que encorvarse un poco para no darse con la cabeza en el techo de la cabina. Su piel brilla con suaves destellos de purpurina dorada, como si fueran fragmentos de estrellas aferradas a su torso descubierto. Al sentarse frente a mí, me dirige la sonrisa más encantadora que he visto jamás.
—Ey. —Es lo único que logro articular a modo de saludo.
—Parece que soy tu copiloto —dice el desconocido con voz cálida.
—Sí —río un poco nervioso, y al momento noto cómo se me ruborizan las mejillas—, eso parece.
La atracción se pone en movimiento y yo contengo un grito de impresión. Permanecemos en silencio mientras nos elevamos poco a poco, pero enseguida empiezo a darme cuenta de que no he tenido la mejor idea del mundo subiéndome aquí. Veo los rostros de la gente cada vez más pequeños y desdibujados, y un hormigueo me recorre el cuerpo y hace que mis músculos se tensen como cuerdas enredadas. Cuando la noria se detiene en el punto más alto de todos, alzo el mentón y trato de concentrarme en el horizonte para evitar pensar que estoy a muchos más metros de altura del suelo de los que debería. Desde aquí hay una vista panorámica de todo el recinto, que se ensombrece cada vez más a medida que el sol se hunde en el mar. Puedo ver varias pantallas gigantes parpadeando y mostrando una imagen con la frase: «Próxima actuación en el escenario Supernova: Pink Tokyo (en 20 minutos)».
—Guau —dice mi acompañante, captando mi atención. Tiene la barbilla apoyada en el puño y, en ese rostro que parece sacado de una revista, parece contemplar el paisaje con una calma absoluta—. Esto es más increíble de lo que imaginaba.
Entonces un pequeño timbre suena a través de los altavoces de la cabina y consigue sobresaltarme. Esto parece hacerle gracia al desconocido, que sonríe con una discreción mal disimulada.
«Queridos viajeros, a causa de una pequeña incidencia, la atracción estará detenida unos minutos. Por favor, permanezcan sentados en sus asientos hasta que podamos resolverla. Gracias».
—Pero bueno —suelto, incrédulo—, ¡esto tiene que ser una broma!
Y me doy cuenta de que estoy pensando en voz alta porque el chico de rostro amable y camiseta ajustada me mira con curiosidad. Se acomoda en su asiento, echando la espalda hacia atrás y pasándose la mano por la nuca, sin despeinar su tupé rebelde. Es realmente sexy, todo hay que decirlo.
—No te preocupes, pelirrojo, no creo que tarden mucho en arreglarlo. —Nuestras miradas se encuentran y, al mismo tiempo que contemplo el atardecer aferrándose a sus pupilas, algo debe de llamarle la atención en mi rostro—. Oye, ¿te encuentras bien?
Cuando su cuerpo se encorva un poco para acercarse, un miedo irracional me empuja hacia atrás.
—¡No te muevas mucho! ¡Podríamos caernos! —Trato de controlar mi respiración, y también la necesidad de añadir algo más—: Y, para tu información, los pelirrojos tenemos nombre. El mío es Leo.
El chico parpadea unos segundos, sorprendido, y suelta una carcajada espontánea. ¿Qué le hace tanta gracia? Estoy hablando en serio.
El despacho de Noemí sigue una línea minimalista. Es amplio, elegante y huele a lavanda. Apenas hay muebles (tan solo su escritorio y un par de sillas de cuero frente a él), y está únicamente decorado con un relieve de escorpión grabado en una de las paredes blancas, que parece resplandecer gracias a la luz que atraviesa los ventanales. Debajo puede leerse el tagline de Scorpion escrito en cursiva: «Porque hacemos que las grandes historias cobren vida».
Cuando cierro la puerta, Noemí levanta la vista de su ordenador y esboza una pequeña y calculada sonrisa.
—Leo —dice señalando una de las enormes sillas—. Por favor, siéntate.
—Gracias —contesto un poco cohibido.
Me percato de que no estamos solos. Un chico sentado de espaldas a mí ocupa el lugar contiguo al que señala Noemí. Mi futuro supervisor, deduzco. Lo cierto es que ni se inmuta cuando me oye llegar. Noto cómo el pulso se me acelera un poco y siento un suave pinchazo en el estómago mientras me acomodo.
No es hasta que tomo asiento que ambos nos miramos el uno al otro por primera vez.
—Te presento a tu compañero y supervisor, Roberto Real.
Y entonces el sonido parece escaparse de la habitación; quizá por una grieta en las paredes que no alcanzo a ver o a través de la cerradura de la puerta, no estoy seguro. Y si no es así, si no es cierto que el despacho queda sumido en el silencio más absoluto, al menos yo dejo de oírlo todo.
En cuanto me encuentro con esos ojos, marrones y salpicados por un reflejo verdoso, algo parece despertar en un rincón de mi cabeza. Empiezo a escuchar el vaivén del mar, el murmullo de los pájaros sobrevolando el agua y una canción terriblemente desafinada acariciando las paredes del interior de mi cráneo. Todos estos recuerdos se superponen poco a poco y traen de vuelta el olor de la playa de Barcelona. Siento el sol del verano abrazando mi espalda, el tacto de sus brazos rodeándome en mitad de un estribillo y la arena colándose dentro de mis zapatillas hasta que mi cuerpo parece pesar toneladas.
Hay recuerdos que, si no los reclamamos a tiempo, pueden llegar a desmaterializarse. Pero él ha vuelto a aparecer, como si supiera que, sin darme cuenta, estaba a punto de olvidarle.
—Vaya —digo, notando cómo se me dibuja una sonrisa en el rostro—. Tú eres…
—Encantado de conocerte, Leo.
Su mano, grande y fina como la de un pianista, parece quemar la mía al estrecharla con firmeza, y a mí se me olvida lo que iba a decir a continuación. Tiene la piel suave y oscura, cubierta por un intenso perfume cítrico. Apostaría cualquier cosa a que es el mismo que llevaba en el festival, sobre su camiseta de tirantes negra y ajustada y su pecho cubierto de destellos de purpurina. Porque, aunque todo lo que nos rodea me ha hecho dudar durante unos segundos (el lugar, el momento y su evidente corte de pelo), puedo ver una vez más el atardecer del verano alrededor de sus pupilas, y la duda se desvanece para dar paso a la sorpresa. Estoy totalmente seguro: él es el chico que se evaporó en mitad de la noche.
—¿Tú eres…? —Lo intento una vez más—. ¿Tú y yo…?
Pero veo que no reacciona ante lo que estoy tratando de preguntar. Noto la mirada de nuestra jefa posada en mí, con una expresión de curiosidad en el rostro.
—¿Os conocéis?
Estoy a punto de decir que sí cuando Roberto se vuelve bruscamente y cruza sus brazos como si algo le molestara.
—En absoluto.
Su respuesta devuelve el silencio a la habitación. Un silencio denso e incómodo que consigue llevarse de un plumazo el sol y la música, haciendo que me quede con una cara de imbécil perfecta para mi próxima foto de perfil.
«¿Disculpa?».
—Leo, abre los ojos.
Alguien coge mis manos con delicadeza. Eso hace que me estremezca, pero no me aparto. Me acarician y, poco a poco, me ayudan a descubrirme el rostro.
—No pasa nada, abre los ojos.
Y yo obedezco. Al principio los colores se entremezclan y las formas se difuminan como en un cuadro abstracto. Pero, poco a poco, todo empieza a delimitarse por sí mismo. Y ahí está la ciudad de Barcelona trazada en la distancia. Y aquí estoy yo, rodeado por el mar. A mi espalda veo una multitud congregada junto a un enorme escenario en el que Pink Tokyo está tocando «Miss You Already».
—Ey.
Cuando echo un nuevo vistazo hacia el horizonte, la silueta de Roberto recorta el sol, que parece hundirse poco a poco en el agua, dando paso al crepúsculo. El cielo está teñido de un color precioso, como si alguien hubiese decidido mojar un pincel en fuego y después lo hubiera extendido entre las nubes. Roberto se acerca, abriéndose paso entre las llamas reflejadas en el agua. Está completamente empapado, con la piel bronceada y el cuerpo tenso como si acabase de atravesar el océano a nado.
Levanta un brazo y me señala, con cientos de gotas recorriendo su piel para volver a caer al mar.
—¿Estás bien?
Me doy cuenta de que está apuntando a mi pecho; concretamente, a mi marca de nacimiento. Él no se detiene. El agua se aparta para dejarlo pasar como si fuese una fuerza más grande, como el primer rayo de luz que pone fin a la noche y trae de vuelta la claridad.
—¿Esto? —pregunto, rozándola con las yemas. No reconozco mi voz; suena muy lejos de aquí, como si tan solo fuese un pensamiento dentro de mi cabeza—. Sí, no te preocupes. Es… es una marca de nacimiento.
—Es bonita. Parece una galaxia expandiéndose.
Suelto una suave risa y mis mejillas enrojecen al instante. Le observo, lo hago sin prisa.
—La… la verdad es que nunca había pensado algo así.
Roberto hace un gesto suave con la mano, pidiendo permiso, y me mira a los ojos.
—¿Puedo?
Yo no consigo vocalizar, es como si en un segundo se me hubiesen olvidado todas las palabras del diccionario. Asiento, y él acerca su mano y recorre mi pecho de un extremo al otro, dejándolo todo húmedo y salado a su paso.
—¿Te la sabes? —pregunta mirando hacia la orilla, que parece alejarse en la distancia.
—Eh… —murmuro—. Sí, claro. Es una de mis canciones favoritas.
—Yo solo me acuerdo de la melodía. La recuerdo desde el verano. Cuando suena en un bar, cuando cojo el coche o estoy en casa con la radio encendida… Cada nota musical me permite volver a ver en mi cabeza una parte de ti. Pero esta —dice hundiendo su dedo en mi pecho— no la conocía.
Veo el vaivén de las olas deslizarse sobre nosotros, y de pronto querría ser nada más que agua; poder deslizarme sobre él sin mapa, ajeno al tiempo, una y otra vez. Querría ser la arena bajo sus pies y así mantenerle en equilibrio.
Y me provoca un dolor terrible no poder ser ninguna de esas cosas.
—Debes proteger tu galaxia, Leo. —Extiende la mano y poco a poco rodea mi cuello con ella—. Aunque ojalá me dejes visitarla algún día.
Entonces abro los ojos y me despierto sobresaltado. Mi habitación está envuelta en oscuridad, con tenues halos azulados que se cuelan desde la calle. El reloj de la mesilla marca las tres de la madrugada y las sábanas de mi cama están empapadas de sudor. Me llevo la mano al rostro para frotármelo, y es al levantarme, para ir al cuarto de baño, cuando noto una erección bajo el pantalón del pijama. Me quedo un instante así, mirándola casi con lástima, y después suelto un suspiro y niego con la cabeza.
—Bueno, supongo que es mejor esto que un dolor de cabeza.
Recuerdo lo humillado que me sentí en ese balcón mientras me helaba de frío y las lágrimas me resbalaban por las mejillas. Habiendo acudido a esa fiesta. Habiendo pensado en un regalo que hacerle para sorprenderle ante los demás. Recuerdo haberme insultado a mí mismo durante todo el trayecto a casa porque Ares tenía razón y no había querido escucharle. Cómo todo en mi cabeza estalló y se prendió en llamas, todo lo que pensaba que estábamos construyendo y que en realidad ni siquiera tenía los cimientos puestos. A veces el corazón no está preparado para escuchar la verdad.
—El punto fue —digo, mirando al lago— cuando me enteré de que habías estado jugando conmigo desde el principio y como te dio la gana.
Bruno niega con la cabeza y después coloca las manos en alto como si estuviese encuadrando las nubes en una fotografía.
—Es que no éramos novios, Leo. Sé que esa idea te fascinaba. Estabas deseando que así fuera, que pudieses llamarme de esa manera. Pero yo en ningún momento usé esa palabra para referirme a nosotros.
—Lo sé —admito, y de pronto el pecho se me encoge un poco—. Pero por entonces yo no entendía lo que estaba ocurriendo, Bruno. Me… me hacías sentir como nadie lo había hecho antes. Nos preocupábamos el uno por el otro. Te… te conté cosas que jamás le había contado a nadie, ni siquiera a Ares. —Y entre todo el calor que siento en la garganta, añado—: Fuiste el primer chico del que me enamoré.
Bruno lanza un suspiro, casi con rabia.
—Pero es que ese no era mi problema, Leo… Lo pasábamos bien. Te dedicaba tiempo. Yo… también sentía cosas por ti, y lo sabes. Simplemente, no quería estar contigo de esa forma. No estaba preparado para tener pareja.
—Y ahora, con perspectiva, lo entiendo. Y no te culpo porque te sintieses así. De hecho —digo, soltando una risa triste—, lo más probable es que la cosa no hubiera funcionado, aunque hubieses cambiado de opinión.
Los ojos de Bruno siguen siendo los mismos que antes, desde luego. Pero ahora puedo ver en ellos, casi un año después, la tristeza que los recorre y que tan bien se le da ocultarme. Creo que eso último le ha molestado.
—Solo me hubiese gustado habernos tomado el tiempo suficiente para entendernos mejor. Para habernos tratado mejor —añado, sintiendo cómo se me quiebra la voz—. Porque ni tú ni yo supimos usar las palabras adecuadas en el momento en que las necesitábamos. No estuvimos a la altura. Y si no hubiese cortado todo de raíz… quizá tú y yo nunca habríamos sido capaces de tener esta conversación ahora.
Bruno asiente, pone su mano en mi nuca y me recorre el pelo con delicadeza. La luz que nos rodea se extingue poco a poco. Las farolas comienzan a encenderse y el viento sopla con un poco más de fuerza. Hace demasiado frío para seguir aquí.
—¿Y ahora qué?
Yo me pongo de pie y me limpio las lágrimas que me resbalan por las mejillas.
—Me marcho a casa —respondo—, me esperan para cenar. Mi madre ha hecho croquetas. ¿Y tú?
—No tengo nada que hacer. —Bruno sigue observando el lago, que se ha oscurecido y ahora parece un enorme agujero negro—. Me quedaré aquí un rato más, creo.
Asiento. Él no se levanta, y yo no me agacho para despedirme. Doy media vuelta y camino sobre los tablones de madera, que protestan bajo la suela de mis zapatillas.
—¡Leo! —le oigo gritar de repente. Me vuelvo una última vez y le contemplo mimetizándose con la noche. Está a punto, pero no lo va a hacer. Nunca lloró delante de mí, ni una sola vez—. ¿Y ahora? ¿Hay alguien en tu vida que esté a la altura?
Sonrío y me doy la vuelta, con las manos en los bolsillos. Saco mi teléfono y busco «Sad Beautiful Tragic» en el reproductor de música.
Subo el volumen.
Acompañado por
YAGUAR
ARTISTA VISUAL
ZARAGOZA
Pedagogo, artista sonoro y visual nacido en Bogotá, actualmente radicado en la ciudad de Zaragoza. Yaguar dispone de una larga trayectoria en el Street art y en la intervención visual en diferentes escenarios con equipos analógico y digitales, la pasión por el video, la fotografía, el sonido y la ilustración digital, lo llevan a explorar otras técnicas como la video proyección y el videomapping con el fin de plasmar su obra en diversos soportes y formatos. El uso de la luz y el color para intervenir espacios urbanos y naturales en tiempo real con obras efímeras ayudó a que su creación visual e ilustraciones llegaran a otro nivel. Su trabajo nocturno crea un mundo mágico e hipnótico.
VIERNES 17 DE MAYO, 20H
La autora.
Gema del Castillo nació en Vera, Almería y estudió Derecho y ADE en la UGR. Es diplomada en Guion por la ECAM. Ha trabajado como asistente de showrunner en «Sin Huellas», una serie de Zeta Studios para Amazon Prime Video. Ha publicado «Dama de pueblo» en ediciones en el mar. Actualmente, trabaja como guionista en el desarrollo de series de ficción. Compagina su oficio con la dirección de cortometrajes y la escritura de su siguiente novela.
La editorial.
ediciones en el mar.
DAMA DE PUEBLO
I EDICIÓN #ABM
Cuando la eligen como dama infantil de las fiestas en honor a San Cleofás, la vida de María se pone patas arriba. Debe prepararse para ganar el concurso y coronarse como reina. Durante el verano de 2005, esta niña de nueve años se vuelve el centro de atención de todo un pueblo, adaptándose a los cánones de belleza, a las convenciones sociales y al folclore local. Ello coincide con un gran cambio físico y con experiencias vitales que la hacen madurar antes de tiempo. Pese a estar acompañada de amigas y familia, dejar atrás la infancia no le será tarea fácil.
Algunos fragmentos:
Llevaba un vestido de lunares el día que vinieron a sacarme de dama. Era azul con topos blancos, cortico y por ahí pululaban unos lazos rojos así finitos que mi abuela paterna, que tenía artrosis, me hizo porque sabía que ese año me tocaba salir de dama. Yo estaba jugando a la comba en la Plaza Mayor con la Cristina la de la ferretería, que era mi mejor amiga, y la Ángeles la de la Terraza Carmona, que era el restaurante donde servían la mejor comida del levante. Además, la Ángeles era mi prima tercera porque mi abuelo era primo de su padre o algo así. Unas señoras mayores me sonrieron desde la distancia y yo al principio, pues no me fie porque nunca te puedes fiar. Pero conocía a una de vista porque era la que organizaba las carrozas del Carnaval y la que nos cosía los bajos de los vestidos de pastora porque de un año pal otro había que sacárselo. Me acerqué porque me hicieron un gesto pa que me acercara. Yo puse cara de inocente, aunque conforme identifiqué a la Susi ya sabía yo de sobra que era pa eso. Y tu madre dónde está? Que le tenemos que preguntar una cosa Pos en el estanco estará Ale pos vamos parriba Pero yo también os acompaño o… Ah pos no, si te parece te quedas aquí No sé Vente, nena Yo miré a la Cristina y a la Ángeles. Por lo menos, la Ángeles sabía de qué iba el asunto porque toda su familia había salío de dama porque además de ser una estirpe muy guapa pos eran los poderosos del pueblo y no podían decir que no a salir de dama. Dónde vas? Al estanco Pero vienes ahora? Claro Me dio pena dejarlas ahí solas, pero yo solo pensaba en la cara que se le iba a poner a mi abuela que tenía las pierdas destrozás cuando llegara la Susi con el resto de viejas. Sabes quiénes somos, guapa? No Ah, pos ahora te vas a enterar, te lo vas a pasar mu bien en la feria Entramos en el estanco, había dos o tres personas y mi padre las despachó pronto. Nos quedamos a una vera del mostrador mientras que se quedaba vacío. Mi abuela no podía levantarse de la silla roja y negra de tela, que se había cosío ella misma porque decía que con su peso iba a reventar una normal. Yo no la veía tan gorda pero no sabía. Iba con su collar de perlas y su ojo pintao. Llevaba un traje gris así de verano porque era el día de San Juan ya y hacía un calor ahí que te morías. Pos ya sabes Julia, que ya le toca a la nieta 9 Mi abuela se llamaba como mi hermana, bueno al revés. Yo me iba a llamar Carmen como mi abuela Carmina, pero al final me llamé como mi madre. María, tú quieres salir de dama? Sí, lela Sabes lo que es Pos ir guapa por ahí Las mujeres se rieron. Pos salir de princesa, con tus trajes de gitana, y to, quieres? Sí, pero le tengo que preguntar a mi madre Ah claro. Venga Julia, llama a tu nuera Nenica acércame el cacharro de la telefónica que llamemos a tu madre Mientras tanto mi padre se acercó. Qué, de dama, como tu tita Caro Sí, qué guapísima fue tu tía Caro con su traje blanco Sí lo que pasa que ese año ganó otra, pero iban todas preciosas Tu madre no me lo coge Mi madre apareció de repente por la puerta y me fui pa ella corriendo. Mami mami que me han sacao de dama, falta que digas que sí Ah pos… sí, venga ya está. Muchas gracias por pensar en la niña.
Mi madre ayudaba en el estanco por las mañanas mientras mi padre hacía las máquinas del tabaco. Julia y yo nos íbamos tos los días que no íbamos a la ludoteca a ca mi tía Prudencia que era la hermana de mi madre. Mi madre siempre decía que mi tía se había puesto a criar mu pronto y mu de seguío y que sus tres hijos eran como sus hijos porque eran tres soles más buenos que el pan. Antonio tenía trece años el otro catorce y la otra dieciséis. Y cada uno tenía un mote éramos Consuelo la compresa, Víctor el judas, Antonio la cabeza, Julia la huevo y yo que era María la tres dientes porque, abajo, entre los colmillos, solo me habían salío tres dientes. Mi primo Antonio era mi primo favorito porque íbamos a to los laos juntos. Nos encantaba jugar con las muñecas, las que fuesen. To los reyes me regalaban una Barbie con un complemento: una casa así moderna, un coche, el ken que era un pesao feo que nadie quería jugar con él. También me traían la película de la Barbie. Por ejemplo, Barbie la princesa y la costurera que me la sabía de memoria. Él era la princesa y yo la costurera porque yo era la morena y él el rubio. Yo las despeinaba y él le hacía vestidos con los recortes que pillaba por ahí. A veces, diseñaba él la ropa porque los reyes le habían traído en secreto el diseña tu moda. Mi primo era el más divertido y era el que más me quería porque era el que más caso me hacía. Vamos Víctor suéltate algo, decía siempre Consuelo. Que no tía que no, que no tengo dinero Que sí tienes judas, que eres un judas Y entonces Antonio le pegaba un guantazo a Víctor y el otro se iba pa él y se tiraban en la cama a palos y Consuelo pa calmarlos les daba pellizcos de monja con las uñas esas largas que tenía. Primos primos que me han sacao de dama Eh eh eh Cerré la puerta así con el pie. Me mantearon y luego mantearon a Julia que casi no hablaba pero que se reía por to. Quién quiere el Cola Cao antes de la leche y quién después, preguntó Consuelo. Yo pero quiero leche caliente En verano no se toma la leche así Pos cogí la leche pascual y me la calenté yo. No teníamos mucho dinero pero la leche siempre tenía que ser pascual que era la de más calidad. Mis tres primos eran gordos porque así se llamaban entre ellos. Decían que un gordo siempre sería gordo por más que adelgazase porque ser gordo era un sentimiento. Yo era una raspa de pescao por lo que me costaba comprenderlo. Consuelo era la menos gorda de los tres porque era la más alta y el peso se repartía. Su pelo moreno se movía como en un anuncio. Le nacía casi en la frente y no lo tenía ni mu rizao ni mu liso. Los dientes perfectos perfectos perfectos sin aparato ni na. Los labios gordos como sus caderas y la nariz así fina. Era una nariz que no podías casi ver porque sólo las narices raras se hacen notar. Calzaba un treintaiocho y siempre vestía con vaqueros campana. Practicaba mucho el botellón. Yo le pedía que me llevase, pero no había manera. Me gustaba escuchar con ella todavía de La Factoría mientras que en el reproductor de Windows media salían formas raras, me quedaba en babia y ella me decía ehhh nena que te empanas y yo me reía pero no podía dejar de empanarme. Empanarse daba gustillo.
El difunto era mayor Sí, el difunto era mayor Mi tita y mi madre me examinaron mientras yo estaba subía en la mesa de camilla, llenica de alfileres. Me probé como diez vestidos heredaos de los armarios de mi familia y de las hijas de las amigas de mi familia. Pero ninguno me venía bien. Mi madre me quería comprar uno o como mucho dos pero la feria duraba muchos días y ya se le había metío a ella en la cabeza que de repetir nanai. Al principio era que repetir sí, ahora que repetir no. A mí me daba lo mismo. Yo solo me quería ir a jugar al aprendilandia en el ordenador que me habían regalao los reyes ese año. Pero y si le metemos por el pecho… No, Pruden, si es que no lo podemos tocar Bueno pos ya está, si eso luego es una joya que tener en el armario Me han recomendao que compre volantes pa cuando crezca de año en año Como le crezcan las mismas tetas que a nosotras Qué desgraciá eres, si es una nena todavía Se reían. Yo no paraba quieta porque aunque yo me viera mu buena, mi tita decía que era mu traviesa y que no dejaba de moverme que me lo iba a clavar to que era hiperactiva que vaya nervio me había entrao que si no me cansaba yo que no iba a atinar con mis medías. Si es que me aburro como una ostra Pos esto lo hacemos por ti, si quieres vas vestía de cualquier manera Jugar al Singstar también me pareció buena opción. Cualquier cosa mejor que estar subía allí arriba. De normal, en el suelo, caminando, yo era más bajica que el resto pero solo me daba cuenta cuando me lo decían o cuando se metían conmigo por eso. Yo me miraba en el espejo y me veía normal, a la altura de los ojos, lo normal vaya. Pa mí lo normal suponía to lo que a mi mirada podía acudir, to lo que yo observaba durante el año, que pa mí empezaba en septiembre. Por ejemplo: lista de cosas normales de tol año: − Partir la vieja en el campo y comer chuches. 74 • − El chichón en la cabeza de tirar panes de San Antón por los balcones. • − Atragantarme con las migas con chocolate los días de lluvia. • − Cantar en la residencia de ancianos con don Pedro de música: En Vera también, cantamos navinavidad, En Vera también, cantamos navidad, din din din dan dan dan don, pom pom pom… • − Salir de aguaora portando limones el martes Santo. • − Llevarle flores en junio a la Virgen de las Angustias. Ahí estábamos, mi madre echando cuentas, mi tita diciéndole a to que sí porque no sabía negarse a na y yo cruzá de brazos con vestidos de flamenca más rancios que el mear. Anda, sácate esto, que nos vamos a la tienda de la Isa que al menos dejemos algo de dinero en el pueblo Pegué un salto que me pareció divertido pero que en verdad me asusté un poco porque podía haberme matao. Como cuando en las piscinas mi madre me decía te vas a dar en la nuca y pa qué queremos más, me llevas por el camino de la amargura. Aca la Isa, en la tienda no cabía un alma más. Pero mi madre y yo entramos haciéndonos hueco y yo sentí que se abrió el camino como en los océanos al muchacho de la biblia y al final se encontraba el catálogo de los vestidos de flamenca, alumbrao por una luz divina. Claro es que yo era dama y la gente que estaba ahí quería enterarse del vestido que me iba a comprar. Era como tener la exclusiva de una revista…
Había escuchao en algún lao que durante el verano que te preparabas pa salir de dama, había que dejarse ver, pa que la gente te fichara, te ubicara. Y no sólo salir en sí, sino hacerlo por las zonas concurridas de Vera: la plaza mayor, el convento de la victoria, el mercao de abastos, la calle de las tiendas, el parque del futuro, la plaza de la biblioteca, el Mercadona. Pero a mí no me hacía falta. Yo siempre me había criao en las calles y to el mundo me conocía como la del estanco, la nieta de Julia, la hija de la María la de Cuevas que se había casao con el del estanco y se había venío a venir a Vera. Eso pa la gente de puertas pa fuera. De puertas pa dentro, seguía siendo María la tres dientes, y daba igual que me sacasen de dama de Vera o de Miss universo: era una pardilla porque había nacío más tarde, era más pequeña y por lo tanto tenía menos privilegios. Antonio me sacaba por lo menos dos cabezas. Además, era cuatro años mayor que yo. No le importaba que le llamaran marica por ir de la mano de una niña. Levantaba la cabeza parriba, como si fuera el más valiente del pueblo y seguía sin mirar. A veces le daba por llorar, pero pocas veces. Tenía mucho aguante y si llegaba a estallar en lágrimas, le salía una vena de ira que yo no sabía de dónde la sacaba, con lo buenísimo que era. Una vez, la Marta de su clase le dijo delante de tos que era un mariquita y él le dijo tú cállate que tienes las tetas más grandes que mi madre. Y era verdad que tenía las tetas más gigantes que yo haya visto. No le dijo ninguna mentira. Llegamos a la Plaza Mayor. Mira, mira, el bibiotecario! Cómo está tu madre? Pos bien ahí con mi padre está Ah… Y este muchacho quién es? dijo Mi primo Antonio, mi primo favorito Ah… pues… tienes que comer menos bocadillos, eh. Y le agarró el moflete. Dile a tu madre que te ponga a dieta La dieta que se la ponga a su puta madre Esa fue la respuesta de mi tía cuando nos fuimos a su tienda de ropa hippie y vaporosa. Después del reportaje fotográfico, mi tía se fue a abrir su tienda, pero normalmente no tenía mucha gente. Yo siempre pensé que su ropa era mu moderna pa Vera, no porque fuéramos más catetos ni pueblerinos ni nada de eso, es sólo que en Vera había una moda que no era comparable, por ejemplo, con la moda de la capital, Almería. Y ella había vivío allí algunos años y claro, quiso innovar. Además, era ropa güena, más cara que otra, pero más duradera. Mi tía necesitaba que entrase gente a la tienda pa vender más y pa salir adelante sola. Había meses que eso pasaba. Otros que no. Mis primos se iban muchas tardes de invierno a la tienda porque cuando no había clientes a los que atender, mi tía les leía un libro largo y ellos se quedaban embelesaos, con ganas de que llegase la tarde siguiente pa que les siguiese contando. Sobre to, entre los tres se decían que ojalá no entrase nadie ese día pa que su madre les siguiese narrando la historia del libro. Antonio lloró un poco mientras su madre lo abrazaba. Hijo mío, tú te tienes que querer de to las formas, me oyes? Pos claro, tita. Antonio, quieres que coja dos euros del estanco y compre un Bollycao?
No quería que nadie me preguntase y tener que contarles que había hecho que la Cristina se pusiera a llorar porque al final, había sío yo la que le había hecho daño sin quererlo. No sin querer queriendo, como pasa alguna veces: sin querer. Pensé que menos mal que era viernes porque daban menuda noche en canal sur y me podía estar riendo un rato. También hacía maratones de los gnomos, hasta tenía las colchas de las gnomos pero yo de verlos no me acordaba. Me decían que los gnomos creaban buenas personas y me gustaba pensar que yo era una de esas buenas personas. Apoyé la cabeza en las rejas del banco de la plaza mayor, y esperé a que se dispersasen los viejos de la misa. Mariquilla, qué haces aquí sola? Lela… Me puse a llorar otra vez. Ay, qué tonta fui. No me pude aguantar. Lloré, pero no flojo, lloré fuerte como cuando caía del cielo una tormenta de las que dejaban sin luz el piso y todos los vecinos salían al rellano a preguntar qué había pasao y teníamos que encender las velas. Lloré como el mar de maricielo en vera playa cuando hacía levante y ponían la bandera roja y no te podías acercar al rompeolas pero algo te atraía y por más que escuchases los gritos de tu madre que te vinieses pacá niña tú te tenías que acercar a ver la playa llorar de cerca. Lloré y sentí que la cara se me hinchó y un dolor de cabeza me atravesó la cabeza como chumberas que me habían atravesao los dedos y me habían plagao de púas las manos. Vente mija Me fui con ella. Fue un regalico que me dio Dios el encontrármela allí y no dudé en echar a andar allá donde ella me guiase. Mi abuela Julia vivía encima del estanco y en lugar de entrar por la tienda, rodeamos la casa y usamos la puerta que había en La calleja. En La calleja siempre había sillas en las puertas de las casas, sobre todo en verano. A mi madre le daba mucho coraje que, al pasar con el coche, se tuviera que parar. En la casa de mi abuela yo hacía lo que quería, era la reina, hacía y deshacía. A mi abuela le hacía feliz el desorden que yo dejaba y los saltos que yo pegaba en su cama. Mientras que ella se sentó en el tocador y se quitó to las joyas, me las fue dando a mí. Un collar de perlas, de las buenas buenas, unos pendientes de oro que no me podía colocar porque sabía cómo quitarme los míos, finicos finicos finicos, pero no cómo volver a ponérmelos y un broche que me coloqué en la camiseta azul del Benetton. Jugué con ella a las cartas: a la mona, a la brisca, al mentiroso. Me aburrí, se echó un solitario, aunque yo vi las trampas que hizo. Pusimos al Juan y medio en el Menuda noche y mi abuela se quedó dormida. Yo cogí unas sábanas que encontré en el armario. Las uní con pinzas de tender a los muebles: ya tenía mi cabaña. Lela, que te has quedao frita Ay, sí, me voy a acostar Y yo lela, tengo que llamar a mi madre Ya la he llamao yo antes Ah vale Quédate ahí agustico Se puso el pijama. Mi abuela nunca tenía pudor, ella se bañaba desnuda en las piscinas de las comunidades, en la playa, en cualquier lao que tuviera un charquico de agua. Le daba igual tener solo una teta. Cogí su prótesis y me la puse como almohada. Me dormí.
No quería que nadie me preguntase y tener que contarles que había hecho que la Cristina se pusiera a llorar porque al final, había sío yo la que le había hecho daño sin quererlo. No sin querer queriendo, como pasa alguna veces: sin querer. Pensé que menos mal que era viernes porque daban menuda noche en canal sur y me podía estar riendo un rato. También hacía maratones de los gnomos, hasta tenía las colchas de las gnomos pero yo de verlos no me acordaba. Me decían que los gnomos creaban buenas personas y me gustaba pensar que yo era una de esas buenas personas. Apoyé la cabeza en las rejas del banco de la plaza mayor, y esperé a que se dispersasen los viejos de la misa. Mariquilla, qué haces aquí sola? Lela… Me puse a llorar otra vez. Ay, qué tonta fui. No me pude aguantar. Lloré, pero no flojo, lloré fuerte como cuando caía del cielo una tormenta de las que dejaban sin luz el piso y todos los vecinos salían al rellano a preguntar qué había pasao y teníamos que encender las velas. Lloré como el mar de maricielo en vera playa cuando hacía levante y ponían la bandera roja y no te podías acercar al rompeolas pero algo te atraía y por más que escuchases los gritos de tu madre que te vinieses pacá niña tú te tenías que acercar a ver la playa llorar de cerca. Lloré y sentí que la cara se me hinchó y un dolor de cabeza me atravesó la cabeza como chumberas que me habían atravesao los dedos y me habían plagao de púas las manos. Vente mija Me fui con ella. Fue un regalico que me dio Dios el encontrármela allí y no dudé en echar a andar allá donde ella me guiase. Mi abuela Julia vivía encima del estanco y en lugar de entrar por la tienda, rodeamos la casa y usamos la puerta que había en La calleja. En La calleja siempre había sillas en las puertas de las casas, sobre todo en verano. A mi madre le daba mucho coraje que, al pasar con el coche, se tuviera que parar. En la casa de mi abuela yo hacía lo que quería, era la reina, hacía y deshacía. A mi abuela le hacía feliz el desorden que yo dejaba y los saltos que yo pegaba en su cama. Mientras que ella se sentó en el tocador y se quitó to las joyas, me las fue dando a mí. Un collar de perlas, de las buenas buenas, unos pendientes de oro que no me podía colocar porque sabía cómo quitarme los míos, finicos finicos finicos, pero no cómo volver a ponérmelos y un broche que me coloqué en la camiseta azul del Benetton. Jugué con ella a las cartas: a la mona, a la brisca, al mentiroso. Me aburrí, se echó un solitario, aunque yo vi las trampas que hizo. Pusimos al Juan y medio en el Menuda noche y mi abuela se quedó dormida. Yo cogí unas sábanas que encontré en el armario. Las uní con pinzas de tender a los muebles: ya tenía mi cabaña. Lela, que te has quedao frita Ay, sí, me voy a acostar Y yo lela, tengo que llamar a mi madre Ya la he llamao yo antes Ah vale Quédate ahí agustico Se puso el pijama. Mi abuela nunca tenía pudor, ella se bañaba desnuda en las piscinas de las comunidades, en la playa, en cualquier lao que tuviera un charquico de agua. Le daba igual tener solo una teta. Cogí su prótesis y me la puse como almohada. Me dormí.
Parecía un regalo. Una mini princesa envuelta en una tela recia y con cuerpo, como le gustaba a mi tita Caro. El cuerpo era tan ceñido que me reprimía cualquier intento de mis tetas por crecer. Cuello de bebé, manga corta. Un tono parecido al beich, al blanco roto, a mi piel en primavera. Llevaba cosido un entramado de detalles en burdeos. Luego, de mi cintura salía una falda gigante que1debía llevar encima del cancán. Era sencilla, de esos mismos tonos, pero con un estampado de flores de lis que apenas se percibían. Una vez más, me encontraba subida al taburete. Me pasaba la vida rodeá de mujeres a las que veía desde las alturas y no porque yo fuera mu alta, que ya sabía que no. El tocador de la casa de mi abuela Julia nunca había tenido tantos espectadores. Me acordé de cómo estaba el cine de Garrucha cuando fui a ver Manuelita con mi madre. Se podría decir que yo era una modelo como Manuelita y que salía de Peguajó que era como salir de Vera, a París. Solo que yo no me quería ir en globo a ningún lao, yo quería quedarme yendo al cole con mariajesuscazorla e isabelramos del Reyes Católicos, pasando las tardes jugando al mate, acabando hecho un zagal, merendando del horno de Martín, sentándome con mi abuela Julia en el estanco de mi padre a jugar a la mona o a ver cómo hace trampas jugando al solitario, incluso aunque ya no puediera, cantando una vez en diciembre con mi madre mientras volvíamos a ver Anastasia, haciéndole cosquilla a Julita, desayunando desayuno de pobres con mis primos en casa de mi tita mari, viendo Rex el perro policía con mi abuela Carmina mientras ella reza el rosario, vistiéndome de flamenca de septiembre en septiembre, pintándome las uñas con la Cristina, aprendiendo insultos con la Ángeles, arrascándome el pelo lleno de piojos, patinando por el parque del futuro, corriendo por la calle del aire hasta quedarme sin él. Había una pasarela en mitad del recinto, desde el final de este hasta el escenario. A izquierda y derecha, sillas, montones de sillas de plástico. La gente se iba hasta tres horas antes pa pillar buen sitio. Todas íbamos a cruzar la pasarela. A mí lo que me producía mucho miedo era tropezarme. Yo no llevaba tacones como las damas juveniles, pero y si me pisaba el vestido y me caía? Haría el ridículo y todos se reirían de mí. O peor aún, me compadecerían y no lo soportaría porque odio que me miren con pena. Las de la Comisión me miraban de una manera especial. Yo me daba cuenta y mi madre también. Cuando fue mi turno, me indicaron cómo debía desfilar, con ingenuidad y cierta inocencia, porque sabía que si miraba con mi carica de Julita, de bebé, de niña bien, ganaría; pero en el momento de subir los cuatro temidos escalones, debía girarme al público y saludarlo con desparpajo. A continuación, dar una vuelta al escenario que realmente era como trazar el área del campo del mate con mis pasos del 34. Capté la idea rapidico. Me dijeron adelante. Y yo imité paso por paso los trucos que me habían comentao. Salió genial: saludé a mi madre y a las otras madres, les dio mucha ternura. Lo noté. Me aplaudieron porque lo hice bien. Cómo me gustaba hacer las cosas bien. Yo había venío al mundo a hacer las cosas bien. A gustarle a la gente, haciendo las cosas bien.
Acompañado por
ROSER TALENS
ARTISTA MUSICAL
VALENCIA
Violonchelista de música clásica y moderna. ha realizado giras por España, Europa y Sudamérica y colaborado con Orquestas sinfónicas, como en el Musikverein de Viena con la JOSC o proyectos de música moderna con Carlos Jean, El Pescao, La Oreja de Van Gogh, Jose Mercé, Jorge Pardo… En su faceta de músico de estudio ha realizado grabaciones para bandas sonoras de películas como “Otro Verano” (2012) (bso nominada a los Goya), y “Combustión” (2013). También ha creado su propio método de clases online de violonchelo para adultos. En su faceta multidisciplinar, desarrolla su propio lenguaje de improvisación en performances artísticas, poesía, teatro y danza. Además, es CEO de Art i Arcs, empresa de música para bodas.
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